Textos

“La realidad de la que podemos hablar
no es nunca la realidad misma,
sino una realidad que hemos diseñado.”
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Niels Bohr y Werner Heisenberg plantearon que el mundo físico posee justamente aquellas propiedades que se revelan por la experiencia y que la teoría sólo puede tratar con los resultados de las observaciones y no con una realidad hipotética subyacente que pueda o no darse bajo las apariencias.

La Interpretación de Copenhague plantea la necesaria interacción del observador y lo observado y la manera como esta relación incide en el resultado, en la definición misma de lo acontecido. El que mira da destino a lo mirado. Es la conciencia que observa la que crea una realidad definida. No podemos conocer, por principio, el presente en todos sus detalles, dice Heisenberg.

Si bien esta interpretación está referida a la física cuántica, a las partículas y a las funciones de onda, me parece que aplica a la obra que hoy nos convoca.

Al mirar las creaciones de Sandra Pani pienso en el principio de incertidumbre, en esa imposibilidad de conocer cómo fluye el tiempo o identificar la posición y el momento. Nuestra mirada interactúa con su obra y la influye. Somos co-creadores de la metáfora y el signo en los que el azar también incide.

La obra de Sandra es un vislumbre que nos permite transitar del silencio al temblor de la escucha, de la raigambre del árbol a la columna que vertebra para mantener vivos los recuerdos y en el paño proyectado, las preguntas.

Con las huellas de las manos Sandra levanta el alma que sostiene todo cuerpo. En sus trazos apenas insinuados reelaboramos el sentido de la vida y su contenido inagotable.

Las veladuras o la impronta de unos huesos intervienen azarosamente cada obra, palimpsesto de la luz que de nuevo nos inventa, retazos de memoria, intuiciones pardas para aplazar la muerte.

De pronto la voz de Shakespeare aparece y la interroga

¿Qué sustancia es la tuya, qué te forma
Que millones de sombras te acompañan?
Su propia sombra tiene cada uno
Pero tú puedes producirlas todas
Artemisa, diosa del cedro disfrazada de grafito, se sumerge en los vestigios de la Celda y la fecunda, propicia el diálogo entre el pasado y los futuros.

La trasposición de vértebras y soportes vegetales logran la hazaña de darle sentido al universo, columnas de luz y de reflejos que alcanzan con Sor Juana la vista del Ocaso.

Haciendo sus cualidades
Ya hermanadas, y ya opuestas,
Un círculo tan perfecto
Tan misteriosa cadena

Que a faltar un eslabón
De su circular belleza,
todo acabara, y el orden
Universal pereciera.

El algoritmo de la música acompaña el transitar de la mirada y la disipa y la conmueve. El Caracol de Sor Juana aparece para hacer de tonos y mensuras expresión de lo complejo que en la unidad de su voz funda la armonía.

En los espejos se abisman los rostros de la luna y la reciprocidad de las conciencias se cumple en el reflejo. Sale la luz de la caverna y entre velos interroga la desnudez de los cuerpos fragmentados, las venas son ahora nervaduras, temporalidad que cambia y se acrecienta; costillas que resisten el asedio de la espiga.

Y sólo en la poesía de Valery encuentro el espejo de la pintura de la artista.

"Cantamos a la vez
que sostenemos los cielos...
Hijas de los números de oro,
Puertas de las leyes del cielo...
Marchamos en el tiempo,
Y nuestros cuerpos refulgentes
Tienen pasos inefables..."
"Cántico de las columnas"

Carmen López Portillo

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